Dos tendencias conviven en la ciudad. Y de los dos gustos diversos por parte de prensa y aficionados, ya sea fútbol de toque y diversión o fútbol certero y resultadista, todo el mundo conoce a alguien. Incluso jugadores han sufrido por esas variantes con favorables y detractores: Fernando, Aimar, Banega, Parejo…
Durante años, los grandes ‘gurús’ y entendidos balompédicos han mirado el espejo de Wenger y su Arsenal. Hay que recordar que los gunners eran históricamente los rudos y britanizados en las Islas, a diferencia del Tottenham Hotspurs, que era el equipo más cosmopolita en los 70 y 80, con argentinos como Villa y Ardiles, y representaban los ‘cañoneros’ las esencias del estilo inglés. A principios de los 90 empieza a cambiar esto y con la llegada del galo al banquillo de Highbury pasamos a un remedo de ‘fútbol champagne’, con jugadores muy jóvenes a los que dará paso y jerarquía Cesc, Henry, Walcott… mezclados en un primer momento con los Bergkamp, Kanu, Overmars… que da sus frutos. Llega un momento en que el sistema se radicaliza y el técnico francés agudiza la parte joven de la ecuación. Y el equipo deja de ganar.
Ganar, ganar, ganar y volver a ganar…
Los defensores de este ‘estilo sibarita’ lo defienden hasta en su peor momento, con rachas interminables sin títulos. Pero claro, a miles de kilómetros. Y ahí radica el problema. El fútbol es pasión y rivalidad. Si tu equipo juega bien y no gana, sirve si eres del Arsenal y estás a miles de millas, pero no funciona para el equipo de tu ciudad. Porque aparece el factor amigo, seguidor, rival… de otro conjunto que sí ha ganado y te lo va a recordar. Esto se ve muy claro en los derbis. Cuando llega el lunes nadie pregunta quién jugó mejor, sino quién ganó el derbi. Y ese es el tema. Alabar al Arsenal baldío de títulos es disparar con pólvora de rey. Muy bonito de ver y disfrutar, pero porque no eres de ese equipo realmente, y no hay consecuencias en el marcador final. Es parecido a decantarse por una franquicia de la NBA. Sale gratis y da igual si pierde.
No es lo mismo ser aficionado en la ciudad de tu equipo, sufriendo cada jornada, que ser fan, en estos casos rozando lo snob del Arsenal, como paradigma de la belleza poco fructuosa. Los Mourinho, Benítez, Cúper… contra los Valdano, Guardiola, Wenger…
Bilardo contra Menotti. Nada nuevo.
Ahora con los Cazorla, Ozil… llevan dos FA Cups consecutivas, pero se siguen estrellando en Europa, en la que sólo llegaron a la final de la Champions de 2006, antes de extremar el modelo en los años siguientes por cierto.
Éxitos
El reciente Valencia de los éxitos fue más parecido al letal y menos preciosista. Existe el ‘fútbol bueno’ y el ‘fútbol bonito’. Y no hay que olvidar que en los 90 gustaba el estilo Hiddink, muy abierto y con goles, aunque resultados peores. La época Benítez, entrenador tan de moda esta campaña próxima, representó esto mismo. Además se evidenció primero con Ranieri y el Piojo, frente al Barcelona de Van Gaal, y en los años posteriores frente al Real Madrid de Zidane, y sus batallas con Albelda, que desde la incomodidad a los adversarios (trasatlánticos) es como se conseguían los éxitos. Incluso a Emery se le achacó desde el primer día en la Supercopa de España contra el Real Madrid en 2008 su ‘tremendismo’, por el fútbol abierto y cómo no supo cerrar una eliminatoria con superioridad numérica.
Y este debe ser el camino del nuevo Valencia. Partidos duros, ásperos, de pierna fuerte. Sensación de ahogo al rival y competir hasta el fin. Y la calidad aparecerá en los momentos decisivos, porque hay y habrá futbolistas talentosos también. El fútbol de competición es ganar, jugando bien, e incluso a veces bonito, pero ganar.
El espectáculo es ganar cada domingo. Los tres puntos se dan por vencer. Los títulos quedan en la vitrina y el buen juego en la memoria, pero esta última es pasajera y volátil.
Lo dijo Luis Aragonés en una rueda de prensa histórica y lo ejecutó toda su vida: «El fútbol es, cada domingo, ganar, ganar, ganar y volver a ganar y ganar, ganar, ganar y volver a ganar…»