El conjunto grana sacó un triunfo de casta en una tarde lluviosa en La Romareda que le sirve para seguir mandando con autoridad la Liga 1, 2, 3.
Eran dos gigantes luchando por el dominio del esférico en una baldosa. No había espacios, ni resquicios, pero Morales es capaz de abrir grietas y encontrar agujeros donde no existen. El Comandante bailó ante Feltscher escondiendo el cuero y advirtiendo que el camino hacia el gol podía estar en sus botas. El atacante madrileño aletargó a su adversario con un inmisericorde caño que le trasladó hacia una dimensión desconocida. De repente se abría un mundo por explorar. Morales oteó el horizonte. Todo sucedió con una rapidez inusitada. Por el rabillo del ojo contempló la aparición de Roger. El pase de la muerte acabó con un disparo del Pistolero que no llegó a envenenarse. La acción confirmó el estado emocional de un colectivo que no estaba dispuesto a claudicar, pese a que enfrente tenía un rival que parecía dispuesto a apretarle las tuercas, y la peligrosidad de la sociedad conformada por Morales y Roger. De hecho, no tardaron en encontrarse de nuevo para rasgar la portería defendida por Irureta. Morales permutó su localización en el verde para dejar su impronta instalado sobre el carril zurdo del ataque azulgrana. En esta ocasión el tiempo pareció quedar secuestrado.
Morales arqueó la pierna con suavidad para situar el balón en el interior del área local. Su vuelo fue sedoso y tenue y no parecía tener final. Fue el típico balón que no parece contener el gen de la sospecha, pero todo puede perder su sentido si por allí surge Roger, con ese instinto asesino que le caracteriza, para transformar cualquier excedente. El Pistolero, como los espadachines del siglo XVII cuando tenían que ajustar cuentas en algún cruce de calles con poca luminosidad, surgió de la nada embozado para interponer su cuerpo entre el cuero y el arquero vasco. Roger acarició el esférico para marchitar a un Real Zaragoza que se había manifestado con convicción desde la epifanía de la confrontación. A bofetadas nació el choque sobre el césped de La Romareda con el balón cruzando diabólicamente el césped humedecido por la lluvia. El epicentro de la acción quedaba fijado en las inmediaciones de cada portería.
Al campo emergieron dos equipos que se batieron desnudos; sin corazas, ni corsés, ni arneses de sujeción que pausara la marcha frenética que adquiría el relato. No habías armisticios. Todo era vértigo y ebullición; un movimiento pendular que amenazaba la integridad física de cada área. Alto voltaje sobre el feudo maño, si sedecide rememorar uno de los legendarios discos de los míticos ACDC,. Los pies de los jugadores locales escondían turbinas que los propulsaban La velocidad y la intensidad eran dos preceptos fundamentales en el bloque que comanda Raúl Agné. Y nadie, por lo visto sobre el tapete, escatimaba esfuerzos. No había rendición. El Levante se comporta con heroicidad ante las adversidades. Tiene personalidad y alma y trasmite esos componentes. Los leones cortaban el viento tratando de intimidar a su oponente para cercar las inmediaciones de Raúl.
Suele ser una norma durante el recorrido del ejercicio liguero que los adversarios granotas eleven sus excelencias y emociones principalmente cuando ejercen de caseros. La presión era asfixiante. Sucede que el Levante no se achanta. No forma parte de su código genético claudicar y tiene clarividencia para aprovechar sus momentos. Las manos fuertes de Raúl rechazaron un disparo violento de Ángel. El partido acababa de romper y el Zaragoza advertía de su fortaleza y de sus intenciones. El encuentro surgía como una auténtica final después de la terapéutica victoria ante el Huesca. La respuesta del Levante surgió desde las botas de Roger, si bien su plástica cabriola en el aire rozó el palo del arco aragonés. Y los protagonistas convergieron de nuevo. Raúl alzó un elevado muro contra el que chocó Ángel y Roger no ajustó su disparo ante Irureta.
Xumetra chocó con la cruceta y en medio del fragor de la batalla salían a relucir las esencias de Campaña para zafarse de dos rivales y proyectarse con majestuosidad desde la cueva con un delicioso manejo del balón. El gol blaugrana, decimoquinto de Roger en LaLiga 1|2|3, supuso una alteración del paisaje que se materializó básicamente en la reanudación de la cita. El Levante se maneja con solvencia y con seguridad en situaciones extremas. No le tiemblan las piernas. Tiene alma de prestidigitador porque, en realidad, nada de lo que acontece es lo que parece. En esa fase, el enfrentamiento perdió el aspecto volcánico del primer tiempo. El partido ya no era de ida y vuelta. El cuero era propiedad del Real Zaragoza, que, en ocasiones, conserva la esencia de equipo grande que en su día fue, y Dongou pudo igualar el duelo en el último suspiro, pero de la Guerra Fría siempre sale indemne el Levante.
Ficha técnica:
Real Zaragoza: Irureta; Fran, Jesús Valentín, Cabrera, Feltscher; Zapater, Javi Ros (Edu Bedia, m.79); Lanzarote (Edu García, m.71), Cani, Xumetra (Dongou, m.79); y Ángel.
Levante UD: Raúl; Pedro López, Rober Pier, Postigo, Toño García; Natxo Insa (Chema Rodríguez, m.88); Morales, Espinosa (Lerma, m.73), Campaña, Jason (Abraham, m.66); y Roger.
Árbitro: Eiriz Mata (Comité Gallego). Amonestó con tarjeta amarilla al local Lanzarote y a los visitantes Toño García y Campaña.
Goles: 0-1, m.40: Roger.
Fuente : LEVANTE UD