miércoles, junio 25, 2025

Aquel gol de Iniesta…

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El golazo de Andrés Iniesta borró de un plumazo en el año 2010 casi 80 años de frustraciones mundialistas de España.

Y es que la historia de la Selección en las Copas del Mundo fue trágica e ingrata, con la excepción del cuarto puesto en 1950 en Brasil, cuando se derrotó a la ‘Pérfida Albión’ Inglaterra, en términos de la época, muy en boga por entonces aunque le costase el cargo al que envió la noticia con esa denominación.

Desde 1934 con el robo italiano en el cruce contra España, en el que se encumbró a Ricardo Zamora, pasando por las no clasificaciones durante años (1954, 58, 70, 74); atraco de Brasil en 1962; la mala aclimatación en 1966; el gol del yugoslavo Katalinski en 1974, en Alemania, que nos dejó sin fase final; el fracaso en Argentina 1978, con un gran apoyo en las gradas sin aprovechar; la debacle en España 1982; el penalti de Eloy en México; Yugoslavia en 1990, cuando Míchel apartó la cara en la falta de Stojkovic en octavos, el codazo de MauroTassotti en 1994 con Luis Enrique entonces en el Real Madrid; el Mundial de 1998: un drama; Corea en 2002 con el atraco a mano armada de los asiáticos en cuartos (curiosamente no fallaron un penalti en la tanda, hecho que no se resalta, cuando eran un equipo que no se caracterizaba por su técnica precisamente) y el fallo de Joaquín; en 2006 íbamos a jubilar a Zidane y el crack francés jubiló a Raúl, Salgado, Cañizares… y a una generación prácticamente de la Selección.

Hasta llegar hasta el cálido verano del 2010. En plena canícula estival se consiguió el sueño. Anhelado por millones de españoles durante casi un siglo. Generaciones de españoles, jugadores y aficionados, vivieron creyendo que, algún día, serían protagonistas directos o por medio de la televisión a modo de testigos de excepción, y verían al capitán de la Selección de España alzar la copa más bonita que existe.

De este modo Andrés Iniesta entró en los libros de Historia de España al nivel de las grandes personalidades de su milenaria trayectoria. Y fue justo. Porque a diferencia de otro perfil de jugador, que hubiera sacado partido en otros ámbitos o hubiera tenido una sobreprotección de la prensa por los siglos de los siglos, el gol lo metió un jugador excelso y brillante, pero sin alardes sociales ni mediáticos. Fue el triunfo de la normalidad.

Y la estrella en la camiseta perdurará, no sabemos si de forma solitaria o acompañada en el futuro, pero aquel gol será imborrable. E hizo justicia por las décadas de amarguras y a personas que no lo vieron por desgracia, pero tuvieron el recuerdo de todos los que sí lo vivieron en esos momentos que se acordaron de ellos. Y aunque fuera sólo por esto último, Iniesta es sagrado en España.

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