Claudio Ranieri se despidió del Olímpico como vivió toda su carrera: con honestidad, sencillez y una conexión auténtica con su gente. Su último partido al frente de la Roma, ante el Milan, quedó marcado por la emoción de una afición que no lo despide como a un entrenador cualquiera, sino como a un símbolo eterno del romanismo.
El ambiente en el estadio anunciaba desde el inicio que se trataba de una noche especial. La Curva Sud desplegó una pancarta sobria pero contundente: “Un gran líder… un verdadero romanista”. El mensaje, acompañado por los colores ‘giallorossi’ y el escudo del club junto al nombre de Ranieri, resumía el sentir de miles de corazones. Él, que siempre estuvo dispuesto a volver cuando la Roma lo necesitaba, se despidió como un hincha más, como aquel niño que hace más de seis décadas se sentaba en esas gradas.
Visiblemente emocionado, Ranieri saludó con la mano en el pecho y lágrimas en los ojos. “Gracias a todos. Pedí vuestra ayuda para lograr algo juntos, y aquí estamos. Estoy orgulloso de estos jugadores que han creído desde el primer día. Pero lo más importante ha sido sentir vuestro amor. Gracias de corazón”, pronunció, arropado por su familia, tras el pitido final.
La Roma quiso sellar este capítulo con un gesto a la altura: Lorenzo Pellegrini y Gianluca Mancini le entregaron una escultura de la Loba, emblema eterno de la ciudad. Ranieri correspondió con una vuelta completa al estadio, saludando a cada rincón de su casa. Porque aunque se marche del banquillo, su nombre queda ligado para siempre a la historia del club. En tiempos donde el fútbol se llena de cifras, lo vivido fue un recordatorio de que la pasión, la lealtad y el amor por unos colores todavía importan.
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— AS Roma (@OfficialASRoma) May 19, 2025