Aunque han pasado ya algunos años desde que el Real Betis y el Valencia CF se enfrentaran en la final de la Copa del Rey disputada en el estadio de La Cartuja, el recuerdo de aquel partido sigue vivo entre los protagonistas. Uno de ellos, Bryan Gil, ha roto su silencio sobre cómo vivió aquel encuentro, y no precisamente por lo ocurrido dentro del campo.
En una reciente entrevista en El After de PostUnited, el actual futbolista del Girona hizo referencia a la atmósfera del estadio aquella noche, destacando que el entorno fue claramente favorable al Betis, algo que, en su opinión, desdibujó el carácter neutral que debería haber tenido la final.
Desde lo deportivo, Gil reconoce que fue una final muy competida: “Fue un partido muy igualado, que podría haberse decantado para cualquiera de los dos. Al final se decidió desde el punto de penalti”.
Sin embargo, lo que dejó una huella más profunda en el jugador no fue el resultado, sino la sensación de desventaja fuera del césped. Según relata, la imagen previa ofrecida por la organización no se ajustó a lo que finalmente ocurrió: “Nos hicieron creer que el reparto de entradas sería equitativo, pero cuando llegamos, el ambiente era completamente verdiblanco. Parecía que jugábamos en el Villamarín, no en un campo neutral”.
Bryan no responsabiliza directamente a los clubes ni a la Real Federación Española de Fútbol, aunque reconoce que el hecho de que el Betis sea de Sevilla pudo haber influido en esa desproporción de aforo. Aun así, el mensaje es claro: lo vivido en las gradas no fue lo que se prometió.
La hinchada del Valencia, en su momento, también expresó públicamente su frustración por la limitada disponibilidad de entradas y la evidente superioridad numérica de la afición bética. Por su parte, los seguidores del Betis rememoran aquella noche como una fiesta histórica, marcada por un apoyo masivo que, según algunos, fue determinante para lograr el título.
Lo que parecía una noche de fútbol memorable para ambas aficiones aún genera comentarios y reflexiones años después. Para Bryan Gil, aquella final dejó un sabor agridulce: no solo por perder el trofeo, sino por una sensación de desigualdad que, en su opinión, condicionó la experiencia y el entorno competitivo de un partido que debería haberse jugado en igualdad de condiciones.