En la tarde de ayer, de un centenar de personas se reunieron ayer en el salón de actos del Colegio Guadalaviar de Valencia para asistir a la charla “Mestalla: el debate robado”, un encuentro que sirvió para reflexionar sobre el presente y el futuro del estadio valencianista, y lo que su posible traslado al Nou Mestalla significa para la ciudad, el club y la identidad compartida. El acto se celebró horas antes del nombramiento de Ben Gourlay.
El periodista británico Sid Lowe abrió el debate reflexionando sobre el papel que juega un estadio de fútbol más allá de lo deportivo: “Un estadio es un cargador de identidad colectiva, un potenciador de emociones”, afirmó. Para Lowe, Mestalla no es solo un recinto donde se juegan partidos, sino “un lugar de congregación emocional semanal” comparable a un templo. Recordó cómo, tras episodios como la DANA, Mestalla se convirtió en un espacio de alivio colectivo, una suerte de refugio simbólico que permite “combatir los problemas a través de la colectividad”, como cuando el gol de Tárrega se vivió como “un abrazo emocional” entre miles de personas. Frente a proyectos fallidos como el del West Ham, contrapuso el ejemplo de San Mamés: “Funciona porque sigue en el mismo sitio.”
Por su parte, Vicent Molins denunció que el debate sobre el futuro de Mestalla ha sido “robado a la ciudad”. Según explicó, existe una tendencia de fondo a que Valencia renuncie a su identidad por “no parecerse a sí misma, por miedo a parecer pequeña o cutre”. En ese proceso, afirmó, se ha asumido “un futuro que ya no existe”, y se ha desvinculado el club de su territorio. “Pensamos que podíamos emanciparnos del lugar, incluso mandando empleados a Singapur, y nos equivocamos”, criticó. Para Molins, el estadio no es solo un espacio físico, sino una decisión clave entre “la especulación a corto plazo o la inteligencia a largo”. Recordó que estudios de consultoras como KPMG ya apuntaban en 2013 que el futuro de los estadios pasa por estar integrados en la ciudad, cerca de la energía del pueblo. “El producto nuevo se tiene que parecer a la demanda. El Valencia es un club comarcal, y su estadio debe reflejarlo”, concluyó.
Desde una mirada más técnica, Manuel Pascual detalló las virtudes constructivas y funcionales del actual Mestalla. Defendió que el estadio fue “un cúmulo de aciertos”, con soluciones arquitectónicas pioneras como las curvas de visibilidad o las gradas construidas en tiempo récord sin interrumpir la actividad. “La tribuna es una joya arquitectónica, teniendo en cuenta la época y los materiales tan precarios con los que se trabajó”, subrayó. Pascual lamentó que no se pudiera cerrar completamente el estadio por cambios en los planes de urbanización de los años 80, y criticó duramente la falta de planificación del Nou Mestalla: “No hay un estudio de movilidad. Un 30% de los asistentes viene desde el área metropolitana, muchos a pie. Y el aparcamiento subterráneo será una atrocidad: las esperas serán eternas.”
El arquitecto y urbanista Andrés Goerlich cerró la ronda de intervenciones recordando que Mestalla es, además, un patrimonio emocional y urbano que no se puede desligar del barrio que lo rodea. “No se puede entender Mestalla sin su barrio, ni el barrio sin Mestalla”, sentenció. Goerlich repasó la historia del estadio desde su fundación en una Valencia de 200.000 habitantes hasta la ciudad metropolitana de hoy, y defendió que Mestalla debería haber sido reconocido como bien de relevancia local, al igual que otros elementos patrimoniales como el instituto Lluís Vives. Su intervención sirvió también para trazar una crítica más amplia al urbanismo valenciano: “Valencia es una ciudad rica porque conserva muchas capas, pero cada vez que derribamos algo sin sustituirlo, nos empobrecemos”. Enumeró ejemplos de derribos innecesarios, desde el Palacio de Ripalda hasta el cine Trialon o el club náutico, y preguntó: “¿Tenemos que seguir construyendo sobre nuestros propios derribos? ¿Açò és precís?”
Una ciudad en disputa con su memoria
El debate dejó claro que Mestalla no es simplemente un estadio viejo al que sustituir, sino un símbolo en disputa. Un espacio de memoria, pertenencia y resistencia frente a una modernidad que, muchas veces, parece construirse a costa de derribar lo que fuimos. En palabras de Molins, “la mayoría de los clubes necesitan la energía del territorio”, y Valencia, si quiere mantener su alma, debería escuchar más a su gente y menos a los balances contables o intereses políticos.
Porque, como dijo Goerlich, “una ciudad es más rica cuantas más capas es capaz de mantener”. Y Mestalla, guste o no, es una de esas capas esenciales.